Un amigo dijo que nos llevaba a comer a un lugar único: Cafetería El Cuadrilátero. Según nos contó, el negocio estaba decorado con fotos y máscaras de lucha mexicana, ya que el dueño había sido luchador. También dijo que allí íbamos a comer las mejores tortas del DF.
El local recordaba mucho a cualquier tasca española, con las paredes pintadas de grasa y la barra de chapa. Un cartel colorista anunciaba la gran oferta del lugar: TORTA EL GLADIADOR: SI TE LA ACABAS EN 15 MINUTOS, ES GRATIS.
En las fotos de las paredes se podía ver a tipos con máscaras, en calzones, mirando a cámara con poses forzudas y forzadas. En otras algún anónimo abrazaba a un luchador de cuerpo musculado pero tan bajito que parecía redondo. Este era el luchador que más se repetía, por lo que debía ser el dueño de la cafetería.
Una chica nos tomó nota. Pedimos la torta Gladiador, prometiendo que uno de nosotros buscaba la gloria, aunque la pensábamos partir en cuatro.
La pared más grande estaba literalmente llena de máscaras enmarcadas. Entre todas ellas, también enmarcado, había un traje azul y plata de luchador. Lo más llamativo era que desde la punta de la máscara hasta las zapatillas no había más de 160 centímetros.
Entonces llegó la torta. Enorme. Desproporcionada. Con el bacon y las salchichas y la tortilla y el aguacate y todo lo demás desparramándose por los lados. Me giré hacia el camarero y vi que tenía unos brazos del tamaño de la torta. Seguro que había sido un tipo lleno de músculos, pero ahora estaba fondón. Los dedos de la mano eran gordos y anchos y también estaban pintados de grasa. Tenía la cabeza rapada, los ojos tristes y apenas medía 1'60.
Un amigo le preguntó: "¿Me das 16 minutos?". El ex-luchador intentó sonreír, pero le salió una mueca forzada.
Tenía pinta de que él sí se había comido una torta así en 15 minutos. Y de que no había alcanzado la gloria.